Pecadores en las manos de un Dios airado
By felipe Chavarro Polanía
- Release Date: 2019-11-15
- Genre: Bible Studies
Edwards y el Gran Despertar
Según una tradición, no estaba programado que Edwards predicara en la capilla de Enfield el 8 de Julio [1741], pero lo hizo en sustitución de otro predicador. Aparentemente, el Gran Despertar no había llegado aún al distrito y reinaba allí una total indiferencia de que sucediera o no, tanto que cristianos de distritos vecinos habían dedicado casi toda la noche anterior a la oración, no fuera que “mientras las lluvias divinas sucedían todo alrededor”, no las hubiera en Enfield. Edwards tomó como su texto Deuteronomio 32:35: “A su tiempo su pie resbalará”, repitiendo un sermón que había predicado en su propia iglesia poco antes sobre el tema: “Pecadores en manos de un Dios airado”. [Eleazer] Wheelock reportó a [Benjamín] Trumbull cómo los presentes, que había caracterizado como “indiferente y presumida”, tanto habían cambiado antes de finalizado el sermón que se habían “humillado con una convicción tremenda de su pecado y peligro”. –Iain Murray, Jonathan Edwards: A New Biography (Edinburgo, Banner of Truth, 1987), 168.
La predicación por medio de la cual el espíritu de estupor fue abatido en la década de 1730, era escrutadora y convincente. Se estaba levantando un grupo de hombres para quienes la gravedad del pecado, la posibilidad de una profesión falsa de fe en Cristo y la indiferencia de un mundo perdido les era una carga apremiante. Detrás de sus declaraciones públicas estaba su visión de Dios y de la eternidad. Sus valles de humillación personal se habían convertido en valles de visión y, como dijera alguien que siguió en los pasos de Edwards siglos después: “Cuando los pastores captan una vista del valle de visión, y del abismo sin fondo en el cual cada hueso se va hundiendo, sienten que es importante advertir y alarmar a los pecadores, y solo entonces predican para muerte, predican para la eternidad, predican para el tribunal de Dios, predican para el cielo y predican también para el infierno”.—Ibid, 133.
Autor: Jonathan Edwards (1703-1758)